domingo, 18 de noviembre de 2012

La cocaína del juego

Pitt y Sittman diseñaron en Nueva York las primeras máquinas tragamonedas en 1891. Tenían cinco tambores y cada vuelta mostraba una mano de póquer. No tenían manera de pagar nada, por lo que era necesario que los propietarios diesen el premio, dependiendo de la mano de póquer sacada. Lógicamente, faltaban algunas cartas para evitar que se hiciera un royal flush.

En San Francisco, Charles Fey creó la Liberty Bell y la llamó slot machine. Tenía como símbolos estrellas, herraduras, naipes de cartas como diamantes, picas (flor negra) y corazones, frutas como cerezas y limones y el número siete, que inclusive se ven hoy día en las máquinas electrónicas. El famoso gangster Bugsy Siegel introdujo en su casino Flamingo una máquina de slots nueva y mejorada.

En los años sesenta, el diseño de las slot machines se había tornado completamente eléctrico, con la finalidad de hacerlas más fiables y difíciles de engañar. Entre los años setenta y los ochenta, las slots empezaron a utilizar microchips. Actualmente, las slots están totalmente computarizadas y programadas, y existen otras innovaciones como las slots progresivas, que prometen enormes premios entre las máquinas que están interconectadas entre diversos casinos, estados o provincias, todas compartiendo el mismo premio. También hay slots multilínea y con video y sonidos. En 2005, en todos los casinos del mundo había cerca de un millón de máquinas tragamonedas. Solamente en Estados Unidos operaban el 70% de ellas. Hoy en día deben tener muchas más.

En este juego, la ventaja del casino sobre el jugador es muy alta y las probabilidades que éste último obtenga un buen premio son remotas. El jugador se encuentra en una especie de cuarto oscuro con una venda en los ojos y amarrado, lanzando golpes a ciegas contra un gigante. Es un juego que devora dinero a una velocidad tan vertiginosa, que jugar más de una hora es un lujo, y tenga la plena seguridad, que el que pasa de ese límite debe estar perdiendo mucho dinero.

Los jugadores de máquinas ignoran que se están enfrentando con una computadora que está programada para seguir las instrucciones que se le introducen, y que en la mayoría de las veces repite las mismas jugadas que no marcan ningún premio. Inclusive, funcionan en red. En algunos casinos usted puede ir a la caja, paga en efectivo o tarjeta de crédito, y le programan automáticamente el crédito desde una computadora central. ¿Será que el pago de premios también está controlado?

En una ocasión, en un reconocido casino de la ciudad de Panamá, un ciudadano asiático ganó un premio de 14 mil dólares en una máquina tragamonedas. Por alguna razón que desconocemos, la máquina borro el premio de la pantalla y los representantes de los casinos se negaron a pagar el premio. Este caso está actualmente en un litigio legal.

Tenga presente que, en promedio, de cada diez dólares que usted introduce en una máquina tragamonedas, entre cuatro y cinco dólares se quedan en los casinos, mientras que el resto, o se lo devuelven a usted o sirven para pagarle el premio a otros jugadores.

Las máquinas pagaran después de tener un ingreso de dinero determinado. Por  increíble que parezca, puede llegar un fortuito jugador y ganar un premio alto en la primera jugada y decir, jubilosamente y lleno de orgullo, “esto si me gusta, vale la pena venir a jugar, tengo mucha suerte”. Lo que no sabe es que para ganarse ese premio, los jugadores que lo antecedieron en esa máquina tuvieron que introducir mucho dinero, en una proporción mayor de la que él se ganó.

Hay máquinas tragamonedas de toda clase y de varias denominaciones. El mundo de la computación avanzada ha llegado a este campo, que en realidad usted puede tener indirectamente en una sola máquina otras más. La explicación es muy sencilla. Tienen un comando en el programa llamado “change denomination” o cambio de denominación, que permite hacer jugadas iniciales de un centavo, pero luego se pueden cambiar a otra denominación (por ejemplo: cinco centavos, diez centavos, o un dólar) sin necesidad de que la víctima se mueva de la máquina.

Llegará el día en que se fabriquen máquinas tragamonedas que regalen gaseosas o sándwiches para que el jugador ni siquiera vaya a almorzar o cenar. La idea es mantenerlo entretenido y gastando dinero a la mayor velocidad posible y sin ningún tipo de distracción. Tampoco es necesario que se levante a cambiar billetes por monedas. Las máquinas tragan billetes de todas las denominaciones, incluyendo de cien dólares. En las Vegas hay un refrán muy famoso que dice: “Aquí no existen los billetes menores de cien dólares, porque hasta el vendedor de hamburguesas de la esquina los recibe”. Ya no solamente son tragamonedas, han evolucionado más que eso.

 Los diseñadores de las máquinas tragamonedas conocen los mecanismos del comportamiento humano. Hay máquinas que tienen coloridas figuras que representan los famosos carnavales de New Orleáns, acompañados de música jazz; la playa con el agradable sonido de las olas del mar y el trópico con los exquisitos sonidos de aves y riachuelos. Todas resultan, por cierto, muy placenteras a la vista y a los oídos del jugador. No se extrañe si ve algún día una máquina con figuras de los carnavales tableños y aparezcan las comparsas, las murgas y las carrozas con las reinas de carnaval, y el fondo musical de los conjuntos típicos más populares del país. O que se pongan figuras de los equipos de fútbol de la liga europea con la sonada canción La Copa de la Vida, interpretada por Ricky Martín. Ya casi es una realidad. En Argentina, la firma Electrochance llegó a acuerdos con un famoso futbolista  y con un reconocido boxeador, para que sus caras aparezcan en las máquinas tragamonedas. Con toda seguridad, en un futuro no muy lejano, lograrán acuerdos parecidos con  grandes estrellas del deporte y del espectáculo mundial.

La imaginación es tanta, que ya se ha introducido en estas máquinas la última versión de la película King Kong (2005) del Director Peter Jackson, donde aparece peleando con un dinosaurio,  tirando abajo un avión de la fuerza aérea de Estados Unidos, pateando a los pobres automóviles que se le atraviesan en su camino, o sosteniendo en sus grandes manos a la bella Naomí Watts. Hasta ese momento todo se ve espectacular. Dan ganas de tomar una silla, pedir un buen trago y disfrutar de las famosas palomitas de maíz (si es que ya nos queda dinero).

Pero lo que sigue es horrible. Nos referimos a los desagradables y estruendosos ruidos que hace King Kong y que se escuchan a todo lo largo y ancho del casino. Provoca salir huyendo.  También aparecen algunas escenas de la famosa telenovela El Zorro, La Espada y La Rosa y todo parece indicar que tienen un lugar privilegiado en las máquinas tragamonedas para que el jugador se distraiga placenteramente y olvide, momentáneamente, la perdida monetaria que está experimentando.

Las máquinas traga billetes (aunque ahora los genios de marketing de los casinos han inventado llamarles paga monedas) tienen dos atracciones fatales para los jugadores. La primera, es un bono que otorga jugadas gratuitas si salen determinadas figuras. Los jugadores se obstinan más en obtener estos bonos que el propio premio mayor y no se mueven de la máquina hasta que logren su objetivo. Claro está que, la mayoría de las veces, no sobreviven y tienen que dejar de jugar porque se quedan sin dinero.

La segunda atracción es el premio automático, que consiste en que cada máquina no puede pasar de un monto determinado (digamos 500 dólares). Si la máquina marca en su pantalla superior esa cifra, el premio es otorgado automáticamente. Así le introduzcan una moneda de un centavo, pagará el premio. Los jugadores hacen filas para jugarlas porque se supone que es un premio seguro. En realidad no es tan así. En una ocasión una jugadora tuvo que darle de comer a uno de estos “monstruos computarizados”  la cantidad de mil 200 dólares para llevarla hasta los 500 dólares y recibir el pago automático. ¡Qué gran negocio!  Perdió 700 dólares.

Aunque usted no lo crea (believe or not), hay personas en los casinos que se dedican a observar y reservar estas máquinas para luego llamar a las casas o trabajos de los jugadores y decirles que la pantalla marca una cifra muy alta y que el premio está a punto de reventar. No importa la hora, pueden ser las dos de la mañana. Estos reservadores se han quedado hasta tres días y noches seguidas en un casino (con la misma ropa y casi sin comer) haciendo este tipo de trabajo, que sabemos, ha afectado su salud física y emocional.

Este juego es tan popular, que en algunos casinos importantes de Estados Unidos y Europa se realizan torneos de tragamonedas que ofrecen beneficios como premios en efectivo, tarifas especiales para los cuartos de los hoteles, fiesta de bienvenida, banquetes para la entrega de premios, sorteos con el número de entrada y rifas, bonos de comida etcétera. Las inscripciones empiezan desde los 10 dólares y pueden llegar a ser de algunos miles de dólares.

Hay máquinas tragamonedas diseñadas para todos los gustos y con tanta creatividad puesta en su fabricación, que se observa un trabajo muy creativo de sus diseñadores, quienes parecen no entender las secuelas negativas que ocasionan en el plano humano. Es lo mismo que sucede con los fabricantes de armas. Emplean a muchos genios y generan miles de plazas de trabajo, ayudando al sustento de muchas familias, pero al final del camino, las armas matan gente, así como las máquinas tragamonedas matan y truncan los sueños de superación y de mejores condiciones de vida de muchas familias, que tienen entre sus miembros a jugadores compulsivos.

 Las máquinas tragamonedas son tan adictivas, que su capacidad de atrapar a la gente es muy efectiva. Por eso algunos suelen llamarle “LA COCAÍNA DEL JUEGO”.  Cada jugada tiene un tiempo promedio de dos segundos y medio, en los que el jugador no puede reaccionar. La rapidez de la jugada le motiva constantemente a seguir jugando sin poder parar.

Ocupa el puesto número uno en el top ten azarino. Es donde aparece con mayor frecuencia el Síndrome Diabólico del Juego. Se refiere a que una persona que jamás ha entrado un casino y va por primera vez, siempre gana y se endulza. Lo que no sabe es que el duende maligno la estará esperando en la esquina con un garrote y así, cuando va por segunda vez que va, juega y pierde. Luego buscará ir una tercera y una cuarta y volverán a perder. Lamentablemente, a esas alturas del partido ya estará atrapada en las garras del juego.

Este fuerte potencial adictivo se caracteriza por:

·             Difusión: existen máquinas de este tipo en cualquier lugar: en bares, restaurantes, terminales de autobuses, etcétera.

·             Importe de apuestas bajo: por ejemplo, un centavo la jugada.

·             Inmediatez de refuerzo: el premio o la ausencia de éste se da de manera contingente a la jugada, sin esperas.

·             Ilusión de control: los avances y la posibilidad de bloquear alguna figura, hace pensar al jugador que el juego depende de su habilidad, que puede controlar el resultado.

·             Capacidad de fascinación específica: luces, sonido, música y monedas que caen.

María es una ciudadana latina residente en Estados Unidos que nunca tuvo que ver con el mundo del juego de azar. Trabajadora, esposa y madre ejemplar. Logró, con mucho sacrificio, ahorrar durante varios años para asegurarse una aceptable estabilidad económica. Un día visitó a sus familiares en su país de origen y uno de los principales “tours” que le daban era la visita a los casinos, buena comida, bebidas y discotecas. De vez en cuando, la invitaban a jugar “socialmente” las maquinitas. La primera vez ganó y se emocionó. Siguió jugando y el juego la atrapó. Lo que nunca imaginó fue que, sin darse cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, lo que empezó como una simple diversión marcó su vida para siempre. Se involucró tanto con el juego, que sus sueños se esfumaron de la noche a la mañana. Se divorció y perdió su casa. Actualmente, su adicción es tan obsesiva, que suele viajar varias horas en auto para ir a los casinos de otros Estados.

La enfermedad es engañosa y le hace creer al jugador que sus malas rachas son temporales y que su suerte puede mejorar. “HOY ES MI DÍA DE SUERTE”. Cada mañana, desde hace aproximadamente diez años, Sebastián, mecánico de 35 años, casado y con dos hijos, repite la misma letanía en un intento de zafarse de ese mal de ojo que le ha convertido en un perdedor. A hurtadillas toma prestadas del monedero de su mujer los últimos 80 dólares que quedan para acabar el mes. Esta vez, se repite como excusa al cerrar la puerta de su casa, todo va a cambiar. Volveré con tanto dinero, que no se lo va a creer y las cosas volverán a la normalidad. En el casino más cercano se dirige hacia la máquina tragamonedas. Empieza el desafío. Horas más tarde, lo ha perdido todo. La excitación por el juego se desvanece y Sebastián  vuelve a casa con la misma frustración y desesperación que desde hace años dominan su existencia.

“No lo puedes evitar. Has perdido tu trabajo, el respeto de tu familia y de tus amigos. Estás arruinado, pero sigues jugando y jugando, porque crees que te ayudará a recuperarlo todo y lo único que estás consiguiendo es perder la dignidad. Yo era rico, tenía una casa valorada en 320 mil dólares y me la jugué dos veces. Mis hijos han tenido que comer de la caridad pública y yo he apostado en las máquinas el dinero prestado para comer un día”, recuerda Mariano, un jugador que dedicó quince años de su vida al juego.

Berta tiene 30 años, es casada y trabaja como camarera en un hotel muy cercano a un casino. Después de su jornada laboral hace su respectiva visita al lugar. “La mayoría de las amigas que tengo aquí tienen la misma rutina que yo. Hacen una parada estratégica después de la oficina para jugar antes de ir a preparar la cena en casa. Yo, como no tengo hijos y mi esposo trabaja hasta las 8:00 de la noche tengo  la oportunidad de quedarme hasta un poco más de las siete de la noche y llegar con tiempo para recibirlo con un buen platillo. Conozco mujeres que inventan excusas y hacen ‘trampas” a la familia para poder asistir al casino”.

Dora tiene 48 años y es diseñadora de ropa interior y trajes de baño. Sin problemas, reconoce que su adicción al juego alcanza niveles patológicos. “Ay, cómo me gusta ir al casino. Voy casi todos los días y es más lo que pierdo que lo que gano. Soy adicta a las maquinitas. Cuando entro en esos sitios es como si perdiera el conocimiento y el juicio, me desconecto de la realidad y no me relaciono con nadie que no sea la máquina que tengo en frente. Yo digo que voy a desestresarme pero es mentira, salgo con los pelos de punta. Es que las mujeres vamos porque no hallamos qué hacer y más las de mi edad, que no podemos estar por ahí buscando muchachitos ni metiéndonos en una discoteca. Al menos en el casino uno no está haciendo nada malo. A veces pienso que mi marido me va a botar si sigo jugando. Una vez dejé de pagar la casa, el carro y el mercado para irme a jugar. Y fue terrible porque tuve que pedir prestado y me endeudé el doble. Evidentemente, en mi caso esto es una enfermedad. Yo quisiera conversar con algún especialista que me quite esta  adicción, porque sino voy a parar en loca”.

Un adicto en recuperación compartió su experiencia: “Después de que llegaron a mi país las máquinas tragamonedas, hace años, jamás les preste atención, es más, estaba cerca de casa y nunca acudía, hasta que me invitó mi vecino y acudimos primero al bingo, donde me gané con un dólar 800 dólares en una sola noche y ese fue el primer día. Ya después, acudí y entré a la sección de máquinas tragamonedas, de donde no salí hasta que me quedé sin un dólar. Que importa pensé, me recuperaré mañana y así tomaba el dinero del gasto diario, de los alimentos, de mis hijos en la universidad, y los gastos eran fuertes. Así llegó el momento en que los tuve que sacar de la universidad particular para ingresarlos en la del gobierno, porque ya no podía con tanto juego en las máquinas tragamonedas, eso gradualmente en tres años consecutivos.

Primero me quedé sin el negocio de restaurante que tenía. De mis tres autos, vendí uno, luego el otro y así, el de mi esposa lo empeñé y lo que me dieron lo fui de inmediato a jugar a las máquinas tragamonedas y en una semana lo dejé, no gané nada. Tenía varias tarjetas de crédito y las vacié. No las pude pagar y eché por tierra mis veinte años de historial crediticio impecable. Llegué  al punto de tomar dinero de las colegiaturas para las máquinas tragamonedas y el bingo y nada, entonces, me encomendé a Dios, le rogué por mi familia y yo, entonces, le pedí un milagro y así, me levanté al siguiente día, e hipotequé la casa, y me fui al casino, pero no jugué en las máquinas tragamonedas, si no que para recuperar todo, decidí apostar toda mi hipoteca en la carrera de perros y los caballos y así fue como en dos días perdí mi casa en el juego”.

Sus maridos se jugaban en una noche entre 4 mil y 5 mil euros en el casino. Ahora, una sentencia del Tribunal Federal Alemán obligó a la sala de juegos a devolver a las mujeres el dinero que perdieron sus esposos. Con una tarjeta de crédito aumentaban su capital, que después era invertido y la mayor parte de las veces también perdido, en las máquinas tragamonedas. Los dos hombres sabían de su Ludopatía y habían realizado el trámite que obliga al casino a ser especialmente cuidadoso con este tipo de jugadores: escribieron una carta a la dirección pidiendo que no se les permitiera la entrada en las salas de juego.

Esta carta funciona como un contrato que se cierra inmediatamente entre el casino y el jugador. Por ley, los casinos están obligados a controlar a los jugadores bloqueados, y a advertirles de los daños que pueden acarrear sus apuestas de esa noche. La última sentencia del Tribunal Federal va más allá en las responsabilidades de las empresas de juego para con sus clientes, y obliga al casino a rembolsar al cliente el dinero perdido al considerar que no hizo todo lo posible por evitar el juego.

Un domingo fui a un centro comercial en la ciudad de Panamá. Observé que en uno de los locales había una sala de máquinas tragamonedas. Entré y me sorprendí al ver una cantidad considerable de empleados de los almacenes, supermercados y negocios cercanos jugando maquinas tragamonedas en su hora de almuerzo. A la mayoría se les veía una cara de desesperación y desconsolación. Me imaginé, con tristeza, a estos empleados regresando a sus puestos de trabajo atribulados por haber perdido el poco dinero que tenían y quizás con pocas ganas de seguir trabajando, afectando sin duda, su productividad laboral. Más aún, me pregunté si parte de ese dinero que jugaban era parte de la comida de sus hijos.

Con el tiempo no será necesario salir de la casa para ir a un casino. Póngale mucha atención a esto: una nueva tecnología se está introduciendo para las apuestas a través de dispositivos inalámbricos. El juego móvil permitirá que los clientes de los casinos apuesten al blackjack, a la ruleta o jueguen con las slots en zonas no tradicionales, como al lado de la piscina, en su cama, en la playa, o en la oficina.

Los jugadores podrán instalar las cuentas con los casinos para jugar en forma móvil. La empresa Cantor gastó más de 400 millones de dólares para desarrollar la tecnología utilizada para el bono interactivo inalámbrico que se comercializa en Wall Street.  Además de Cantor, International Game Technology y Fortunet han conseguido licencias de fabricación y distribución.

Solamente Fortunet tiene un dispositivo de juegos móvil en el laboratorio de la junta de control junto con Cantor. Los fabricantes de slots están concentrando sus esfuerzos en desarrollar slots basadas en servidores, las cuales los analistas de la industria creen que serán la nueva moda. En el 2006, la empresa firmó un acuerdo con Las Vegas Sands Corp. para colocar los dispositivos de juego móvil en los casinos The Venetian y en Palazzo.